sábado, 7 de octubre de 2017

Experto en Lunas (Final)



Como programado, a las diez en punto de la mañana, el anciano cura de la parroquia del barrio iniciaba la misa de cuerpo presente, con la presencia de unas veinticinco personas, la mayoría de ellas pertenecientes a la feligresía parroquial. 

“… conozco a este hombre, cuyo espíritu disfruta ahora del gozo eterno al lado del Señor, podría decirse que desde siempre. Vinimos juntos del mismo país allende los mares; juntos nos llevó el Señor al estudio de su palabra en el lugar adecuado; juntos…” Se le quebró un poco la voz

 - y continuó: “fuimos pecadores. Pero los caminos del Señor son inescrutables y fue su desiderio, perdón, deseo, desviarlo al camino que conduce a la ciencia; ¡sin duda, queridos hermanos, para que por esa vía conociera la magnificencia del Altísimo! Y así fue. No se contentó nuestro hermano con mirar al cielo estrellado para consolarse de la brutalidad terrestre. El que ama la luna de veras, no de bromas, no se contenta con contemplarla como una imagen, quiere entrar en una relación más estrecha con ella, quiere conocerla a ella y al espacio donde se encuentra, solía decirme cuando cariñosamente lo llamaba mi lunático preferido”. 

 -y prosiguió: “La iglesia no está del todo de acuerdo con la cremación, pero ayer mismo, en la extremaunción, como última voluntad me manifestó ese deseo, mencionándome un proyecto que seguía con interés desde hace muchos años sobre una tal sonda casi no sé qué, que explora Saturno y que se volvería ceniza y vaya uno a saber que más, pero en nombre de nuestro Señor no tengo objeción al respecto. Así que, descanse en paz, nuestro hermano Desiderio en compañía del Creador”.  
Dicho esto, tras el ritual correspondiente, dirigió su mirada a Apolo, llamándole con un gesto facial afectuoso. Se acercó, sintiendo una extraña sensación y notando en el anciano sacerdote características físicas familiares que nunca había observado con anterioridad, pero de inmediato bloqueó esos pensamientos. 

El padre Angelo, tomándolo de la mano, como no lo había hecho desde que era un niño y encaminándose a la salida -le dijo, “hijo mío, estoy enterado de tus planes y si piensas llevarlos a cabo, no olvides llevar contigo su telescopio”

 “Ya lo había pensado”, respondió de mala gana. 

“Sé que no tienes sus inclinaciones espaciales, pero estoy convencido y él así lo quería, que siguieras sus pasos, pero desviándote por una senda diferente; una que lleve a buscar y encontrar la poesía, más allá del sistema solar si es preciso”, -finalizó.

sábado, 30 de septiembre de 2017

Experto en Lunas. V. (Cuento)



Cogidos de la mano como antaño, doblaron la esquina y unos veinte metros adelante él abrió la puerta negra de metal. Rechinó. Al entrar, Luna, una perrita “chihuahua”, no se le abalanzó ladrando y brincando como acostumbraba, sino permaneció en su casita de pino, apenas levantando la cabeza y abriendo sus ojos tristes. Le acercó la escudilla cromada y le sirvió su ración de concentrado, pero no pareció interesarle. Una leve rascada en el lomo hizo su efecto y emitió un casi inaudible quejido.

 “Tu dueño ya descansó, lunita” -dijo con lágrimas en los ojos. Tocó el bolsillo trasero del pantalón para comprobar si su padre había dejado uno de sus perfumados y finos pañuelos. Lo sacó y se sonó estrepitosamente. Lo dobló cuidadosamente y lo guardó.

 “Es triste… todo esto” -dijo ella con voz entrecortada.

“Cabal. Si no fuera por mi madre, ahorita mismo la subía al “camper” de mi padre y me iría al altiplano a vagar por las montañas. Me gusta el frío de la época” -dijo.

Obviamente la urgencia punzaba de nuevo.

 Y continuó “Sabías que en una de sus venidas hace cuarentipico años, lo trajo rodando, es modelo 72 y lo mantienen como relojito en el taller mecánico de enfrente. Es un pick up de más de media tonelada, 6 cilindros en “V”. Encima le montaron como un apartamentito con dos camitas, una estufa de 2 hornillas, calentador, luces que operan con butano, inodoro químico, closet, bodega, ventana anti insectos, Todo en diminutivo si quieres, pero funciona. Hasta nombre le puso: “Iron Horse”, por una canción que le gustaba. Yo lo voy a cambiar por “Silver”.

 “Podrías llevar a tu mamá y dejarla conmigo un tiempo en Xela” -dijo ella con tristeza y poco interesada en los detalles del caballo de acero. - Y agregó “yo regreso hoy al medio día, después de la misa y de que les entreguen las cenizas”.

- Respondió un poco sorprendido por la propuesta “No sé. Tendría que preguntarle a ella; además su condición física para el viaje. En fin, el médico dirá. Yo podría adaptarle un par de cinturones de seguridad a una de las camas. Por mi parte, el viaje lo voy a realizar algún día, quiero ver como está ahora todo lo que recorrí con él cuando ambos estábamos de vacaciones. Hasta el plan de viaje tengo hecho; es claro, conciso y razonable. Yo…

” Cortando de tajo sus explicaciones - ella le dijo “No sé tú mi amor, pero yo nunca te olvidé. Lo he hablado con tu madre y se mostró encantada con la idea. Incluso hablamos de la posibilidad de que se muden para allá y me dijo que ella si quisiera ser enterrada como Dios manda, pero en un lugar donde halla frío. La casa que dejó mi difunto esposo es grande; y solas con la nena que no tardará en darme un nieto y quien sabe si se vaya con el novio al norte. ¡No quiero estar sola ¡”. Y rompió en llanto.

A la vez que confundido, enternecido, sacó el pañuelo y enjugó sus lágrimas.

sábado, 23 de septiembre de 2017

Experto en Lunas IV. Cuento.






Recordó entre cabeceos que fue la primera vez que lo nombró con ese apelativo y que lo continuó haciendo hasta el día de ayer en que pronunció sus últimas palabras. Se durmió profundamente.

Cuando lo despertó un apenas audible pero constante ruido en la lámina transparente -que hacía de tragaluz- sobre su cabeza, la vieja carta seguía en sus manos queriéndose resbalar y la guardó en el bolsillo. Notó que el ruido lo producía un pajarito que daba brincos cortitos muy peculiares y picoteaba la lámina. Se alzó desperezándose y vio por la ventana cómo el amanecer vencía a la oscuridad en una segunda penumbra.

Casi enfrente, al fondo, su madre y ella sorbían sendas tazas de café. El muchacho que las atendía lo invitó a degustar. Se acercó pronunciando un amable:

“buenos días mis mujeres tristes”. 

“Negro y sin azúcar por favor”. -  Pidió.

“Con mucho gusto. Veo que al señor lo despertó el pajarito. Es la mascota de la casa que viene por su desayuno”. – Respondió el chico.

“A propósito de desayunos, debo dárselo a la luna”. -Dijo a su madre, apresurando la reconfortante bebida.

- Ella asintió con la cabeza y una ligera sonrisa.

“¿Me acompañas?” -pidió a su amiga de la infancia y adolescencia.

“Claro ¡Faltaba más ¡”.  - Respondió, colocando la taza en la carretilla y dándole un beso en la frente a la anciana.

“Ya regresamos” -Dijo.

Por la puerta principal de la funeraria, que alguna vez fue el garaje de la casa, como había anunciado el muchacho del café, entraba por su desayuno el pajarito al que le faltaba la mitad de su ahuecada pata izquierda.

“Dicen los que saben, que estos pájaros son descendientes directos de los dinosaurios” -comentó.

“Mírale ese penacho estilo punk. Se parece al del Tyranosaurus no sé qué” -agregó.

“Estoy hablando como mi padre, que de todo sabía un poco”. -Concluyó ruborizado.

“¡Vaya si no ¡”.  -dijo ella.


Caminados unos metros sobre la acera y al pasar al lado de la ventana, vieron como la anciana, desde adentro los saludaba con esa sonrisa que la acompañaba desde anoche. Ellos se vieron a los ojos lastimados por el duelo, en medio del cual un antiguo romance truncado, parecía renacer.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Experto en Lunas III.







Washington, 14 de julio de 1961

 Queridos míos: …

...En todo caso tengo la residencia y el primero del mes entrante comienzo a trabajar aquí, en las oficinas centrales de un Programa impulsado por el Presidente para enviar un hombre a la luna y regresarlo. Me llamaron por mi título de maestro, por el último año que trabajé operando perforadoras IBM aquí, por mis conocimientos de idiomas aprendidos en el seminario, y por supuesto por ser veterano de guerra.

Me van a dar un curso preparatorio de cuatro meses, con sueldo mínimo, antes de entrar directamente al trabajo y entonces ya voy a ganar bonito. Alégrense mis amores. A los veinticuatro años empiezo a realizar mi sueño americano…

Espero llegar en diciembre al terminar el curso para comer el tamalito juntos para nochebuena.

 Los quiere mucho,

Desiderio.

PD: No vayan a creer que esto es un jardín de rosas (de rozas, a lo mejor) Hay mucha oposición al Programa de JFK. Dicen muchos, entre ellos una señora italiana que pasó por aquí dando una conferencia, que dijo en italiano con traducción simultánea al inglés, y yo por supuesto no usé audífonos porque como saben “capisco un po”, pero traduzco directamente del paper que entregaron al final, las partes principales:

“No hay vez en que oyendo hablar de lanzamientos espaciales, de conquista del espacio etc., yo no encuentre tristeza y fastidio, y en la tristeza hay temor, en el fastidio irritación, quizás aversión y repudio. Me pregunto porqué.

Es un lujo pagado por multitudes que ven disminuir cada día más, su propio paso, la propia autonomía, la inteligencia misma, el respiro, la esperanza, Esto se volverá en breve un nuevo territorio de caza, de progreso mecánico, de carrera a la supremacía, al terror.

No puedo hacer nada, naturalmente, pero esta nueva avanzada de la libertad de algunos (países progresistas) no me gusta”.

Complicado todo esto, pero yo también mis tesoros, como otros seres humanos, soy dado (pero eso no quita que yo no progrese. Ya te contaré mi amado Apolo) a considerar la inmensidad del espacio que se abre más allá de cualquier horizonte, a preguntarme qué cosa es verdaderamente, qué muestra, dónde inicia y si tendrá fin.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Experto en Lunas II, (Cuento)




II

 

Bastó una sola frase, durante una noche en que no había pronunciado ninguna, para activar una intimidad escondida durante casi cincuenta años. El abrazo fue más que eterno e íntimo; no faltaron frotadas de hombro, besos de cachete, lágrimas, palabras entrecortadas e infinidad de pensamientos en ambas testas, que seguramente se encontraban y correlacionaban en el éter.

Caminaron hacia el féretro en el centro de la sala para abrir la escotilla, observar la blanca palidez de la cadavérica cara y comprobar qué, efectivamente, sobre las amplias solapas del traje de casimir azul marino a rallas (mi borsalino, le llamaba él y fue el primero que le conoció en su primera venida del exterior), en la mano derecha que reposaba sobre la otra, resaltaba la tercera parte del dedo medio.

Sorprendido al verlo ahora con un anillo, levantó la cabeza y miró interrogante a su madre, justamente frente a ellos, y le pareció notar en sus ojos hundidos una mirada brillante y en su boca desdentada, ya no el tic nervioso que movía permanentemente sus labios, sino una sonrisa de picardía, como hacía un par de años no veía en ella. “Debió suceder en la vestida, mientras andaba arreglando los papeles” -pensó.

 Ella, presurosa, se dispuso a retomar su posición junto a la anciana. El se dirigió al conmutador y lo apagó, se sentó con un poco de dolor en la cintura - que le comenzó a afectar con cierta frecuencia cuando cumplió los sesenta- en la silla más próxima a la ventana desde donde tenía una visión perfecta de la enternecedora escena de dos mujeres cuchichiándose al oído quién sabe que cosas, iluminadas por la luz de luna llena.

 Los recuerdos le inundaban el hipocampo pero uno en particular logró fijarse. Era el de cuando teniendo diez años preguntó a su madre dónde estaba su padre a quien ya casi no recordaba. Que si había muerto en la guerra en la que se enlistó como soldado (era Vietnam). “No hijo” - le dijo”. - Y continuó: “Tu padre está muy bien por allá, y nos manda suficiente dinero para que vivamos cómodos y tú puedas asistir a un buen colegio y vestirte como mi príncipe que eres”. Dicho esto, se encaminó a la habitación que antiguamente se usaba como estudio/vestidor de su padre y donde ahora funcionaba el incinerador de la funeraria, abrió una de las puertas de uno de los seis nocheros de doble luna que había en casa y de una de las bolsas del saco negro de “velvet” de uno de los tantos trajes completos de su padre, extrajo una de varias cartas que leyó pero no logro entender mucho. Se la entregó diciéndole: - “Guárdala y aplícate en lectura, así cuando venga tu padre a pasar la navidad – ¡porque va a venir! - con nosotros, ya la habrás leído y comprendido”. El niño la tomó y la regresó al mismo lugar diciéndole: - “Aquí estará bien, mamita linda, ya la leeré despacio”.

Estirando las piernas con parsimonia, extrajo la famosa carta, ya amarillenta, de la bolsa del saco negro de su padre – “el enterrador” le llamaba el finado, cada vez que lo usaba; él no, era la primera vez que se lo ponía -, y sintiendo que el sueño lo invadía empezó su lectura, por enésima vez a lo largo de su existencia: …

domingo, 3 de septiembre de 2017

EXPERTO EN LUNAS I (Cuento)



I
Al filo de la fría medianoche (eran vísperas de navidad), en una de las tres pequeñas salas de la funeraria, ya sólo él, su madre y una mujer madura, a quien, vestida de riguroso luto (traje sastre) a la hora del crepúsculo había visto entrar  - portando una rosa roja- y dirigirse a depositarla sobre el ataúd donde reposaban los restos de su padre, para luego encaminarse a la silla de ruedas donde -casi puede decirse así- reposaba también lo que quedaba de su madre, fundirse con ella en un abrazo que le pareció eterno, coger la silla plástica blanca más próxima y sentarse a su lado, donde aún permanecía acariciando y dando calor a las arrugadas manos de la anciana.

De repente, lo invadió aquella urgencia que con frecuencia lo asaltaba cuando era apenas un aspirante a adolescente y lo acompañó durante su juventud: ¡Estar en otro lugar!  Caminó cabizbajo hacia el ventanal de la sala que por cierto lo había sido también de la casa familiar, ahora apartada por una pared y circunscrita a dos habitaciones y servicios esenciales. “Una buena renta bien vale una misa”, solía decirles por “Skype” el difunto cuando su madre era presa de la nostalgia por los buenos tiempos.


Observando la luna llena desde la ventana, los recuerdos afloraban atropelladamente agolpándose en su cabeza y la urgencia punzaba hasta la necesidad de salir corriendo apretándose la sien: << Es herencia de tu padre, mijo. Mi padre. Vaya tipo raro. Comenzando por que nunca engendró. Extraño y todo, era un hombre bueno. Lo sentí cuando me dijo -en una de sus idas y venidas al extranjero, observando la luna desde esta misma ventana-, que cuando viniera con más tiempo me enseñaría muchas cosas sobre ese satélite, al cual como suele suceder, yo creía de queso.  Que era perito en ellas. Y así fue. Me parece familiar el rostro de esa señora. Dentro de un rato me acerco. Pues sí, qué más da que mama recibiera, ahí sí que literalmente, el polvo de un país vecino en aquel lugar adonde la llevó el destino a fungir como ecónoma.  Que más da.  Para mí seguirá siendo una santa.  Mi santa Tecla. Realmente me gustaría saber quién fue o es todavía, no lo sé, el otro seminarista. De cualquier modo, el viejo ya tenía las horas contadas. Se le notaba la última vez que vino hace seis meses. Ya descansó>>.

En todo eso y más, pensaba, cuando la mujer madura, resuelta, se desprendió de su madre que parecía dormir y acudió a su lado. 

- “¿Es luna llena no?” Preguntó con sonrisa candorosa. 

- “Sí, preciosa. Y con quién tengo el gusto” -respondió preguntando, mirando su rostro con detenimiento y esbozando una cierta sonrisa. 

- “Soy la del dedo, tontito despistado, no has cambiado nada” respondió con un coqueto mohín de disgusto en la comisura de los labios. 

Como del rayo, evocó el domingo aquel, en el atrio de la iglesia. Su madre saludando a cuanto parroquiano se la cruzaba. “Buen día doña Tecla, Usted si que es una santa”. Y ella, muy señora “Gracias. pero no exageremos”.  Mientras su padre, recién llegado del norte, en medio de la algarabía parroquial, con la mano izquierda sujetando la suya y con la otra – el dedo medio hundido dos tercios de su longitud en una de las fosas nasales- provocaba el asombro de una boquiabierta niña con trenzas.