viernes, 25 de junio de 2010

Los recuerdos de Watanabé



Tokio Blues, Norwegian Wood (ノルウェイの森 Noruwei no Mori? (título original) es una novela del autor japónes Haruki Murakami que cuenta la historia de Toru Watanabé, un ejecutivo que aterrizando en un aeropuerto europeo, a sus 37 años escucha una versión instrumental de la canción de los Beatles "Norwegian Wood", y le vienen sentimientos de pérdida y nostalgia recordando el final de los sesenta, cuando pasaron tantas cosas que afectaron su vida de estudiante universitario marcado por el suicidio de Kizuki, su único amigo. (Es inevitable para el “Jazz cat” en que me estoy convirtiendo, la relación con el saxo alto japonés Sadao Watanabe).



El tema de la muerte de los seres queridos y la fugacidad de la vida, se despliega en los recuerdos de Watanabe (el otro) con una intensidad que contagia el estado anímico del lector (al menos el mío) . Recuerdos bien narrados del paso a la edad adulta, y a la madurez que se adquiere cuando uno se enfrenta de cerca con la muerte –ya sea de los padres, hermanos, la pareja, o amigos- , con la pérdida y la imposibilidad de permanecer. Murakami describe los eventos cotidianos –incluida la naturaleza- con una sensibilidad inusitada que los hace parecer excepcionales, pero además las travesuras juveniles del también picarón Watanabé (el mismo) con dos mujeres muy distintas: Naoko (novia de Kizuki), una chica bella y con una vida emocional agitada, y la sociable y animada Midori.

Todos los personajes son adolescentes fragilizados por experiencias dolorosas, que se encuentran al final de una etapa, el momento en que deben decidir qué clase de vida habrán de llevar en el futuro: vivir una vida normal, es decir, trabajar en una transnacional japonesa (o la burocracia), construir una familia y empeñar su vida en aras del ascenso empresarial o encarnar eternamente la figura del “outsider” protestante.

Con sencillez oriental, el autor me sugirió que no sólo es posible distraerse o resignarse al dolor de la existencia. Después de un largo periplo, a través de Toru, recorriendo el velo que oculta la intensidad del mundo, parece llegar a la conclusión de que : ni la verdad ni la sinceridad, ni la fuerza, ni el cariño son capaces de curar esta tristeza. Lo único que puede hacerse es atravesar ese dolor esperando aprender algo de él, y aunque todo lo que uno haya aprendido no le sirva de nada la próxima vez que la tristeza haga una visita de improvisto, ya sabrá uno a que atenerse; y como este héroe más o menos anónimo, aceptar el dolor como parte de la vida; optar por la vida con todo lo que contiene, incluidos el sufrimiento y la muerte.


lunes, 21 de junio de 2010

Monsivais

Aún fresca la noticia del fallecimiento del escritor portugués José Saramago (87 años), me entero que un día después fallece el escritor mejicano Carlos Monsivais (72 años). Ambos emparentados por la pluma, charco de por medio, la voz de Monsivais era menos política que cultural: un derroche de lúcida sensatez, pero sobre el México -y por extensión quizás Latinoamérica- de su tiempo y a través de la crónica como género.
Casualmente leí hace poco en Internet su ensayo sobre el comic, celebrando el trabajo artístico de su paisano Gabriel Vargas (fallecido el pasado 25 de mayo) en ese género, al que le atribuye haber sido durante medio siglo ( hasta los 1980’s cuando decayó su prestigio artísitico y cultural , y el fastidio y el empobrecimiento de las clases populares provocan la caída de las historietas en los puestos de periódico) modelo de la imaginación colectiva y ejercicio de alfabetización al que se acercan lectores de cualquier edad, el género familiar que, en un orden similar al del cine y la radio, influye en los niños (en sus ideas sobre la vida, el humor, la fantasía, las aventuras y el sentimentalismo), casi en la misma proporción que en los adultos.

Aunque el ensayo tiene unas 20 sabrosas páginas, creo que, básicamente trata de transmitir su descubrimiento en la obra de Vargas (principalmente en “La Familia Burrón), del papel del humor en la cultura popular como un almacén de semejanzas con la realidad (apodos, situaciones, cotideaneidad); una técnica para entender mejor los hechos opresivos y grotescos y un instrumento para diluir, de manera humilde y poderosa, algunas consecuencias de la pobreza endémica. En fin, aprendizaje y ejercicio de la caricatura verbal, como una de las cumbres de la conversación colectiva. El hallazgo del humor involuntario.

Monsivais escribió muchos libros, pero con frecuencia podían leerse sagaces artículos en los medios escritos. Un amigo me recuerda el publicado en Letra Internacional la primavera de 2005, “Elogio (innecesario) de los libros”, previo a la fiebre del libro electrónico y me dicta este fragmento:

“Gracias a la lectura, cada persona se multiplica a lo largo del día. El impulso del personaje de un relato, de una atmósfera literaria, de un poema, renueva y vigoriza las opiniones morales y políticas; vuelve por una hora en poeta o en narrador a quien complementa con la imaginación de lo leído; ayuda a situarse ante el horizonte científico o social; vigoriza el sentido idiomático”.

Se dice que “Monsy” es el intelectual más popular de su país, que con él muere también el México del siglo pasado y que sus grandes amores fueron los libros y los gatos que acompañaban sus noches. Vaya en su recuerdo esta canción del Jazz, un mundo que de haber nacido en Nueva Orleans no hubiera escapado a sus ironías.



Descansen en paz Carlos y José.

sábado, 19 de junio de 2010

Stan y las pistas perdidas


En realidad estas “sesiones perdidas”, nunca lo estuvieron. Las pistas incluidas se suponía iban a ser parte de la primera grabación del cuarteto de Stan en “A&M”, pero fueron engavetadas. Las cintas estaban en el baúl y en catálogos, no propiamente en el closet de algún otro. Lo interesante es que Getz, con todo y estar ya muy enfermo, todavía tenía lo suyo y la más comprensiva banda que alguna vez reuniera: Kenny Barron, piano; George Mraz, bajo y Victor Lewis, batería.

Producción de Herb Alpert, las “bossas” seleccionadas son duras e innovadoras tonadas de Jazz, compuestas en su mayor parte por Barron, muy lejanas al lado gentil desplegado por Stan en sus tempranas grabaciones con Charlie Bird y Jobim. Sin embargo, es en la clásica “Soul eyes” de Mal Waldron, donde, en el solo final, Stan –literalmente- se sienta a escuchar las finas cualidades de Barron. Mras muestra lo que vale y para ello vale como muestra, escuchar su asombroso solo en “Spiral”; y el subestimado Lewis perfectamente acoplado a las estrellas, también es parte de la magia de este excelente álbum.


viernes, 11 de junio de 2010

Recital: Piano Jazz


Retomo la serie de recitales en el Maybeck Hall, con el pianista Adam Matyszkowicz, nacido un 18 de agosto de 1940 en Cesky Tesin, Checoslovaquia.

Adam causó gran impresión la primera vez que llegó a EE.UU en 1977, su apellido se redujo a Makowicz y por su excelente técnica se le comparó con Art Tatum, lo cual no es una exageración si se le escucha en la melodía de su propia inspiración con la cual abrió el recital (#44) en 1992, mostrando de pasada, que su estilo ya estaba claramente definido desde sus días con el grupo de Jazz libre de Tomasz Stanko por los años 1960s en Europa. Acto seguido, Adam se concentró en 10 –cálidamente arropadas- canciones de Cole Porter, que también tocara en su día Tatum.



No obstante que Adam ha grabado sesiones con más variedad, su dominio total del piano fue particularmente bien desplegado en este memorable recital.

jueves, 10 de junio de 2010

Los Santos Cansados


“When the Saints are Marching In” se le atribuye al señor Black (1856-1938) y a la señora Purvis (+1909. letra); ambos asociados a la iglesia metodista episcopal de Williamsport, Pennsylvania. Escrita como un himno (Gospel) fue patentada en 1896 como “When the Saints go Marching In”. Es curioso que Louis Armstrong, quien había crecido sabiendo la tonada gospel, tocada sombríamente para los funerales por las bandas de marcha que acompañaban a los deudos al camposanto, la grabara en 1938 sin que, de acuerdo con los eruditos, tuviera nada que ver con las anteriores versiones. Fue un arreglo vívido, en el que él pretendía ser un pastor ofreciendo su sermón. Desde entonces, Louis la grabó unas 40 veces más, convirtiéndola en la estándar del Jazz que hoy día se conoce, estrechamente asociada a las bandas “Dixie” de Nueva Orleans.

Así de conocida se volvió la melodía, que popularmente se le llamó durante los 1940’s, “The Saints”. Y tan requerida que las bandas, cansadas de tocarla le impusieron un cargo extra a su ejecución. Un viejo rótulo en el New Orleans’ Preservation Hall advierte: “$1 for standard requests, $2 for unusual requests and $5 for the Saints”.


Con todo, en 1951 la canción tiene un resurgimiento con el grupo “The Weavers” y la orquesta de Leo Diamond y, faltaba más, también el rey y el jefe la cantaron:

Se funda el equipo de futbol Americano “Los Santos de Nueva Orlean” y una versión es cantada durante sus juegos:

We are trav’ling in the footsteps
Of those who’ve gone before,
And we’ll all be reunited,
On a new and sunlit shore,
Oh, when the saints go marching in
Oh, when the saints go marching in
Lord, how I want to be in that number
When the saints go marching in

De nuevo la canción cae en el olvido unas décadas para resurgir como emblema, luego del huracán "Katrina".

sábado, 5 de junio de 2010

El acordeón y Antonioni



No es la primera vez que me te nos pasa en los casi tres años de mantener este blog. Navegáis por los que habitualmente sigo te recuerdas de repente un tema que algún día en este breve lapsus rasguñé. Voy al historial nos localizo y reman costaneros sin brújula tu mar mio amarrado al post para ignorar la concertina que suena.



Qué diablos. Otra vez perdido entre la nube informe que todavía no existe. Buscando un bandoneón me encuentro en un cine/teatro en el que quizás nunca estuve y sólo te me lo nos contaron. Quien sabe.


Fin