Pasa que hoy, para acompañar la cena con el disco “Piano” de Wynton Kelly, sobre el cual pensaba hacer un post más tarde (ahora), coloqué el disco y me quedé como tres minutos (soy paciente) mirando el intermitente “reading”. Molesto, lo primero que pensé fue olvidarme de la música y volver a leer la famosa “Balada de la carcel de Reading” de Oscar Wilde, pero esto implicaba una búsqueda de más de cinco minutos (soy impaciente). Pudo más la gana de compartir algo de este álbum (Standards & Ballads) grabado por el trompetista Wynton Marsalis (así nombrado por su padre en honor a Kelly) en 2008 para Columbia Legacy.
Pues bien, este acádemico hijo del pianista Ellis Marsalis, hermano menor del saxofonista Bradford y mayor del productor musical Delfeayo y del aún indeciso Jason (todos ellos hacen un tercio de la nómina de este disco) nació en Nueva Orleans en 1961 y después de mucho estudio y talento (que también hace falta), tocó su primer trompeta (regalo de Al Hirt, empleado de su padre) con la orquesta civil de la ciudad y en 1980 hizo su primera grabación con “the Art Blakey Big Band” y se unió a “the Jazz Messengers” del mismo Art.
En 1981 ya era la comidilla del mundo del Jazz y al final de la década reconocido como uno de los mejores trompetistas clásicos de todos los tiempos. En 1997 su maratón “Blood in the fields” (publicada en 3 compactos) fue el primer trabajo basado en el Jazz que ganó el premio Pulitzer. El nuevo siglo lo encuentra grabando para el sello “Blue Note” discos como “Unforgivable blackness” y la pista de sonido para la documental de Kern Burns sobre la historia del Jazz. Y como si fuera poco, en 2007 graba esa suerte de alerta político social “From the plantation to the penitenciary” con Legacy.
Tengo entendido que en la actualidad hay una divergencia entre los historiadores del Jazz, a saber: de un lado, los que todavía creen en la teoría del gran hombre (o mujer) y cuyos libros presentan siempre la misma forma: Armstrong refina el solo, lo que lleva a Elridge que a su vez lleva a Gillespie; “nace” (palabra que no lleva a ningún lado) el Be Bop en Minton Playhouse (Harlem); unos pocos capítulos al final sobre el radicalismo exterior de Ornette Coleman y Cecil Taylor; husmeo con algunas páginas sobre free jazz y fusión (afortunadamente cuento con una historia anónima más extensa, cortesía de un amigo de la blogosfera) y luego la llegada de Wynton Marsallis y los neo (no podía faltar la palabrita) tradicionalistas . Los líderes son glorificados, y las historias completas y orgánicas del hacer musical son descartadas.
Los del otro lado, consideran que de continuar de esta forma, la narración de la historia del Jazz adquirirá la dura concha del “cliché”. Y así, el Jazz está construyendo lo que los académicos llaman “historia desde abajo”, el estudio de los no famosos. Ellos presentan el Jazz de la manera que sus músicos han hablado de él, no como un asunto de eras y escuelas, sino como un guiso a fuego lento de la experiencia que tiene que ver con la identidad del Jazz como una música social.
Pero todo esto es asunto de conocedores. Hablando desde el medio o un poquito más abajo, sobre estos dos (no sé si decir grandes) hombres del Blues; el muy conocido en el ámbito del Jazz, Wynton Marsalis y el desconocido en esa misma esfera, Willie Nelson y su nuevo álbum, debo confesar que he tenido un prejuicio sobre el academicismo y la ubicuidad de Wynton, pero después de leer la reseña - en un blog amigo – de su libro “El Jazz en el Agridulce Blues de la Vida” creo que ya no, quizás por que habla del camino y es ahí donde se arreglan las cosas o porque me gusta tanto la melodía Bittersweet de Sebesky incluida en ese panegírico de una Norteamérica ideal que pretende ser el álbum American Dreams de Charlie Haden.
Desde que lo identifico, siempre me ha gustado la figura que muestra un corazón y mente abierto y los blues de Willie Nelson; y sus giras me evocan (aunque parezca no venir al caso) al circo que desde antes que yo existiera, anualmente pasaba por mi pueblo en su camino por América Central y se instalaba por quince largos días. Según supe, en una de esa quincenas, el trapecista estrella (se me antoja Burt Lancaster) vivió un romance con una dama del pueblo y de ahí vino Tono, compañero de pupitre escolar, a quien apodaban “el traido” o más afectuosamente “traidito” (giro idiomático que alude al héroe de las películas o novelas de vaqueros antes del spaghetti western, porque ahí ya no se atina quien es quien ). Desde temprana edad, el traidito instaló en la rama más fuerte de un árbol de zapote en el patio de su casa, un columpio, donde hacia sus piruetas. Cada año, Burt (ya codueño del circo) lo probaba durante dos semanas, para verificar la conveniencia de su incorporación al elenco, hasta que llegó el ansiado día y tuvo que observar primero el desplazamiento de su hermano (Burt y la dueña del circo...), competidor para el puesto. Al año siguiente, con el redoble de los tambores escuchamos, no sin cierta decepción, anunciar a Osman, el malabarista oriental. Entró con antorchas encendidas haciendo piruetas, más propias de un balletista que a las que nos tenía acostumbrados y gentilmente se acerco a saludar al grupo. Alcance a preguntarle que como se llamaba esa música que tocaba la banda. Se llama Jazz –me respondió-. Ahora pienso que, bien pudo Tono intentar un dúo de trapecistas antes de cambiar de especialidad, aunque sólo fuera para complacernos. Pero aquello era otra cosa.
La historia ha probado que Willie Nelson hace duetos casi con quien le llegue (por lo visto, siguiendo la teoría “desde abajo”) , y este álbum con Marsalis es seguramente lo más sublime que haya logrado y en todo caso, la grabación más especial en los catálogos de ambos músicos. Two Men with the Blues fue grabado sobre una aventura de dos noches en el Jazz Lincoln Center el 12 y 13 de enero del 2007. Si al inicio la pareja parece dispareja, se debe a que Wynton hace ya mucho que acarrea la reputación de purista, que ha estado firmemente contra la expansión de la definición de Jazz , todo lo contrario de Willie, que nunca encontró una frontera que no pudiera desdibujar. El motor de esta música es la banda de Marsalis (no sé si lo que Sting dejó de ella): Dan Nimmer (piano); Carlos Henríquez (tambores); Ali Jackson (bajo); Walter Blanding (Saxo); Con Nelson llevando a solamente a Mickey Raphael (armónica), suficiente para darle un sabor distinto a una sesión típica de Marsalis. Para Nelson tampoco es un territorio completamente ajeno, ya que el repertorio consta en su mayor parte de blues standards. Lindo álbum en su género.