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Siempre que veo algún “remake” de película cuyo original también ya ví, nunca pasa nada que me haga sentir que es mejor. Es un prejucio, lo sé, pero nunca pierdo la oportunidad de demostrarme lo contrario. Un amigo cinéfilo, conocedor de mi prurito, me conto que el famoso director de cine Steven Spielberg quedó tan encandilado cuando vió de pequeño la película de Fleming “A guy named Joe” que decidió hacer su versión a finales de los ochentas. A buena hora me lo cuenta. Pero bueno - guardando las distancias, porque yo de cine, no mucho-, algo tenemos en común con Steven, ya que también la llevo grabada en algún rincón de la corteza cerebral. Así que decidí probar de nuevo.
Hace un rato terminé de verla y sintonicé en internet una de esas estaciones de radio fieles al viejo y agradable formato conocido como “easy listening” - esta vez la recomendable “Jones College” que trasmite desde Florida-, para reflexionar sobre el asunto. Y el prejuicio sigue…todavía.
Aunque para ser sincero -que cosas-, me vuelvo a demostrar lo contrario y pienso, con satisfación cierta, que desde que empezo este furor de los "remakes" ya se veía que el nuevo siglo no tendría la capacidad de superar los originales.
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Y es que con todo y los efectos especiales a disposición, el imprudente piloto apaga fuegos, muerto en la que sería su misión final y ascendido al cielo para seguir con otra fantasmal, regresar a la Tierra como un espectro para proteger la vida de su sucesor, representado por un complaciente Richard Dreyfus - quien para nada despertó mi simpatía-,
no puede compararse con la representación de Spencer del rudo y temerario piloto de bombardero en la original blanco y negro.
Bueno, quizás sea por la subvalorada Irene Dunne.