“Nighthawks” , término que describía figurativamente a los trasnochadores (como los “tecolotes” o búhos), es una pintura que el pintor Edward Hopper empezó a pintar justo después del ataque a Pearl Harbor, inspirado por un “diner” en Greenwich Village (su vecindario en Manhattan), hoy un lote baldío conocido como Mulry Square, donde con ojos de lince capturó la desolada imagen de una pareja sin animo de platicar, sumidos en los propios pensamientos y un tercer hombre solitario dando la espalda a una calle vacía iluminada por el flujo de luz del restaurante, al otro lado de la cual, se ven ventanas aparentemente abiertas en el segundo piso; blusa sin manga y ausencia de abrigos insinúan una noche cálidamente inusual para ser el primer fin de semana de diciembre. El camarero mientras trabaja, parece otear tras los clientes y el ventanal cóncavo, por nuevos arribos.
El Instituto de Arte de Chicago cuida con celo este, quizás, el más famoso óleo sobre canvas de Hopper, cuyos ojos también escudriñaron los paisajes soleados pero desolados de la costa oeste y la vida nocturna de San Francisco, donde, estoy seguro (pero no dejó registro), visitaba como buen trasnochador el famoso club nocturno “Black Hawk”, atmósfera íntima que cobijó pequeños grupos de Jazz en noches gloriosas, desde 1949 a 1963, cuando fue demolido y convertido en parqueo. Por ahí pasaron: John Coltrane, Dizzy Gillespie, Shorty Rogers, Art Pepper, Art Farmer, Gerry Mulligan, Horace Parlan y Russ Freeman. Arthur "Art" Tatum, igual que Billie Holiday y Lester Young tocaron su último concierto y el Modern Jazz Quartet el primero; Charlie Parker, cuando se suponía debería estar abriendo la noche en el “Say When Club”, al otro lado de la ciudad, participaba alegremente en un “jam session” y Dave Brubeck tocaba para los músicos jóvenes los domingos por la tarde. Noches que llegaron a costar hasta tres mil dolares.
Grandes como: Thelonius Monk, Miles Davis, Mongo Santamaría y Shelli Manne, grabaron álbumes en este club, y por todo eso y porque con esta grabación del sexteto de Cal Tjader y Stan Getz (ahí mismo pero un “hollyday”), hicieron su debut el pianista Vince Guaraldi, el bajista Scot La Faro y el baterista Billy Higgins, guardo con especial cariño este álbum.
5 comentarios:
Siempre me ha fascinado ese cuadro. La verdad es que suena a jazz, no le pega ninguna otra banda sonora. Lástima no haber estado por allí para disfrutar de aquellos momentos, de aquellos garitos. Tratemos de disfrutar de los de ahora.
Abrazos.
Adoro a Hopper. Tengo algún libro de él que miro con cierta asiduidad.
Creo que el triunfo de estos americanos como Hopper en la pintura, Salinger, Kerouac o Updike en la literatura o Charlie Parker, Miles o Coltrane en la música, es por saber llevar de forma creativa a la contemporaneidad los problemas fundamentales del ser humano.
Fántastico tema con un La Faro que se sale.
De acuerdo, Troglo. No se trata de que aquello fue mejor. El Jazz sigue creando su atmosfera ahí donde y con quien suene, con sus peculiaridades, pero en el fondo siempre estos pioneros estarán presentes. Claro, es difícil que veas, digamos a un Perico programado para el Central,entrándole a un jam por tu casa en Clamores, a menos que sea el PB, pero eran otros tiempo.
Yo lo descubrí en un libro creo de que de taschen con lujosas láminas pero muy caro, y no lo compré, Doc. Luego buscando otra cosa, encontre barato un pouster de su serie de paisajes con faros "smooglers" (el segundo que incluyo en la entrada) y lo enmarqué. Ahora con internet veo muchas de sus pinturas de vez en cuando. Me parece muy buena definición de la obra de estos artistas. Vaya forma de lograr en un lienzo un momento de tanta trascedencia.
Abrazos
Cal Tjader y Stan Getz, qué bueno! Me ha encantado el tema. Mientras trabajo (a ratitos) escucho estos estupendos músicos que me están poniendo las pilas. Gracias Armando. Donde haya un buen disco de jazz que se quite todo lo demás! ja ja ja ja
Hopper siempre me ha gustado, esos paisajes solitarios, realistas y metafísicos te llegan como un golpetazo a la incomunicación de la condición humana. Nos recuerda la soledad más absoluta. Menos mal mi querido Armando que un buen disco de jazz es lo máximo y nos hace sentirnos en paz con el mundo.
Trabajar poco y escuchando a Hank y a Brubeck, la mejor receta para una larga vida, Esther. y de vez en cuando ver las pinturas de Hopper para reconocernos en algunas de ellas. Me alegra que coincidamos.
Abrazos
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